Cerro del Bu - Toledo

Cerro del Bu, yacimiento arqueológico en Toledo, 01.jpg
De Malopez 21 - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, Enlace Wikimedia
Misterio y leyenda rodean desde hace siglos al Cerro del Bú, en donde, en la Edad de Bronce, mucho antes de que llegaran los romanos a Toledo, habitaba un poblado perfectamente organizado. Un enclave envuelto de magia para los toledanos y cuyo estudio puede ayudar a desvelar los enigmas que esconde bajo tierra este precioso cerro rocoso situado al otro lado del Tajo, entre el Arroyo de la Degollada y la Peña del Rey Moro, que también fue ocupado durante la dominación islámica, en el siglo X antes de Cristo. 
Hablar del cerro del Bú es hablar de los albores de una civilización que se asienta en Toledo, un pequeño montículo para una humanidad que vivió y se defendió mucho tiempo antes de la ciudad que conocemos hoy. Estas ruinas nos hablan de los primeros asentamientos que albergó, de los usos que le dieron, transformándose y reutilizándose a lo largo de los siglos.

Un yacimiento arqueológico que es posible visitar gracias a su recuperación por el Consorcio de la Ciudad de Toledo, el arqueólogo Juan Manuel Rojas y la dirección arquitectónica de  Joaquín López López.

Para acercarnos a este lugar debemos dirigirnos hacia la Ermita del Valle, al llegar seguiremos avanzando cuesta abajo hasta encontrar un camino que sale a nuestra izquierda, que tomaremos para acceder al cerro. Aunque estemos en una ciudad llevad calzado cómodo porque nos vamos a mover por caminos de piedra y zonas de tierra. Si lleváis niños pequeños mantenedles cerca y no os salgais de los límites del yacimiento, estamos en un cerro muy escarpado con una zona de barranco peligrosa.
Cuenta la leyenda que en el origen de los tiempos, antes de los romanos, antes de los iberos, en el Cerro del Bú vivió un pueblo aguerrido que gozaba de la protección de un dios infernal, Baal-cebú, al que, en las noches de luna llena, se le ofrecía el sacrifico de una joven virgen.
El sacerdote de la tribu se enamoró de una de las jóvenes que iba a ser sacrificada, no quiso cumplir su cometido y quitar la vida a la muchacha y la noche del sacrificio la raptó y huyó con ella.
Esa noche no pudo hacerse la ofrenda. La deidad, encolerizada, ordenó que el cerro se abriera. De la tierra resquebrajada salió una legión demoníaca que fue en busca de los fugitivos, pero no logró encontrarlos. Entonces el dios maldijo la montaña. La tierra volvió a cerrarse y se tragó a todos sus habitantes. Sólo quedaron las ruinas de lo que había sido un pueblo.



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