San Isidoro de Sevilla
San Isidoro (1655), obra de Bartolomé Esteban Murillo, Sacristía mayor de la Catedral de Sevilla. |
En una época de desintegración de la cultura clásica, de violencia e ignorancia entre las clases dominantes, Isidoro impulsó la asimilación de los visigodos, que ya llevaban dos siglos en Hispania, a fin de conseguir un mayor bienestar, tanto político como espiritual, del reino. Para ello, ayudó a su hermano en la conversión de la casa real visigoda (arrianos) al catolicismo e impulsó el proceso de conversión de los visigodos tras la muerte de su hermano (599).
Isidoro nace en torno al año 550, siendo su padre Severiano, un funcionario de origen romano radicado en Cartagena que, ante la ocupación bizantina de 554, huiría con su familia para instalarse en la ciudad de Sevilla. No mucho después, en torno al 562, murieron los padres de Isidoro, por lo que su hermano mayor, Leandro, se encargará del cuidado y formación de sus hermanos, decidiendo fundar dos monasterios, uno para hombres, -a cuyo frente se pondría él mismo como abad- , y otro para mujeres, en el que ingresaría su hermana Florentina, fundando además una escuela monacal donde se enseñaría el trivium y el cuadrivium, y donde el joven Isidoro se formaría.
Resulta imposible exagerar la importancia de un personaje de un intelecto superlativo como fue Isidoro de Sevilla como transmisor del saber del mundo clásico a la Edad Media y catalizador del extraordinario "Renacimiento" cultural que experimentó el reino visigodo de Hispania durante los siglos VI y VII, único en el occidente europeo.
San Isidoro impulsó los proyectos para la asimilación de los Visigodos, que ya llevaban dos siglos en Hispania, a fin de conseguir un mayor bienestar, tanto político como espiritual, del reino. Para ello, ayudó en la conversión de la Casa Real Visigoda (arrianos) al Catolicismo e impulsó el proceso de conversión de los Visigodos, presidiendo el segundo Sínodo Provincial de la Bética en Sevilla (Noviembre de 618 o 619, reinando Sisebuto), al que asistieron no sólo prelados españoles, sino también obispos de Narbona y Galia.
Cuando ya era muy mayor, presidió el IV Concilio de Toledo (633), que requirió que todos los obispos estableciesen seminarios y escuelas catedralicias, siguiendo las directrices establecidas por Isidoro en Sevilla (fue prescrito el estudio de griego y hebreo, así como de las artes liberales; el interés por las leyes y la medicina también fue alentado).