Doña María Ana de Austria, abadesa del Monasterio de las Huelgas de Burgos

 

María Ana de Austria y Mendoza (Pastrana, 1568 - Burgos, 1629) fue una dama española del séquito de la infanta Juana de Austria, princesa viuda de Portugal. Era hija de Juan de Austria y María de Mendoza, por lo tanto, sobrina y prima de reyes. Quedó tempranamente huérfana y fue cuidada hasta los siete años por Magdalena de Ulloa. Su tío Felipe II mandó que fuese enclaustrada en el convento de Madrigal de las Altas Torres, donde profesó como religiosa

[...] Doña María Ana de Austria profesa el 12 de noviembre de 1589 en el Monasterio de Nuestra Señora de Gracia el Real de la Villa de Madrigal, de la Orden de San Agustín. La joven religiosa es embaucada por Gabriel de Espinosa, el célebre Pastelero de Madrigal, que se hacía pasar por el rey Don Sebastián I de Portugal, desaparecido el 4 de agosto de 1578 en la batalla de Alcazarquivir, aprovechando un sorprendente parecido físico con él. Corteja a Doña Ana con la complicidad de su confesor el portugués Fray Miguel de los Santos, y ésta, deslumbrada por la esperanza de convertirse en reina de Portugal, les ayuda. Espinosa es detenido en posesión de unas joyas entregadas por Doña María Ana, que de esta forma se ve involucrada en la conspiración.

Desarticulada la trama, Espinosa es condenado en 1595, ahorcado, decapitado y descuartizado, y sus restos expuestos en las entradas de la villa de Madrigal, y Fray Miguel es ahorcado en la Plaza Mayor de Madrid. Doña María Ana de Austria, desposeída de sus privilegios, fue recluida en estricta clausura en el Convento de Nuestra Señora de Gracia de Ávila.

[...] Años después, fue perdonada por su primo Felipe III, y dejando la orden de San Agustín, fue nombrada abadesa perpetua del cisterciense Monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas, el 8 de agosto de 1611, la mayor dignidad eclesiástica a que una mujer podía aspirar.

Ana de Austria impulsó nuevas construcciones, renovando la dignidad abacial o dictando definiciones para el gobierno de la casa cisterciense. Fruto de su empeño se habilitaron nuevos pasos, se construyó una nueva iglesia e incluso una capilla funeraria para su padre, Don Juan de Austria.

Falleció en el monasterio burgalés el 28 de octubre de 1629

Anadeaustria
Doña María Ana de Austria como abadesa - Enlace Wikimedia
   





Su comportamiento fue tal que todas las religiosas bendecían a Dios que les hubiera facilitado aquella mujer que dejaría en la casa gratísimo recuerdo, no sólo siendo una verdadera madre para todas sus religiosas, sino solucionando con acierto todos los problemas que había pendientes, dejando a la posteridad gratísimo recuerdo de su paso. En el mismo mes de agosto, el día 20, fiesta de san Bernardo, comenzó a poner orden en el desconcierto general que halló en varios sectores, dictando un documento encaminado a corregir los abusos introducidos en el Hospital del Rey, luego hizo lo mismo con los monasterios dependientes de las Huelgas. Nombró visitadores competentes llenos de prudencia, santidad y sabiduría, a los cuales entregó una serie de consignas encaminadas a la renovación de la observancia, una vez desarraigados los abusos introducidos en los últimos años.

Entre sus primeras tareas en el Monasterio de Las Huelgas estuvo la redacción del reglamento para el personal masculino del Hospital, articulado en trece puntos que en resumen preceptuaban sobre afabilidad, respeto, vivir sanamente en comunidad, no tener en su servicio y compañía a mujer mala ni joven, cuidar con esmero de los pobres, regular los honorarios de los frailes cuando salían en misión, severas normas de administración, no usar armas, no salir por la noche del Monasterio sin permiso del Comendador, y devolver a Roma a los procuradores que ella consideró que no eran necesarios. Ana de Austria impulsó nuevas construcciones: una nueva iglesia e incluso una capilla funeraria para su padre, Don Juan de Austria. Su gestión fue un éxito, defendió los privilegios del Monasterio y aumentaron las filiales de Las Huelgas: Brigüega en 1615, Madrid en 1616 y Consuegra en 1617.

Amancio Rodríguez López, en su Historia de las Huelgas, decimonónica y feliz, expone ordenadamente los sucesos: el éxito de fray José - aunque "no faltó alguna que manifestase su disconformidad a que viniese de fuera la Abadesa que había de regirlas, aunque esta fuese alguna Infanta, porque el motivo no era espontáneo ni por vocación"- que logró que la Comunidad elevara la solicitud. Naturalmente, los trámites serían complicados: había que pedir la dispensa, ya que doña Ana era profesa en la Orden de San Agustín... Felipe III, a través del Nuncio y del embajador en Roma consiguió lo que se proponía. Ana fue dispensada; pudo tomar el hábito de San Benito; además, profesó sin guardar la fórmula de Trento, por lo que pudo ser Abadesa perpetua y no trienal.




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