La sal en los ritos funerarios de Castilla y León


[...] Nos referimos, en concreto, al llamado ritual de los platos de sal, que consiste en colocar un plato con una pequeña cantidad de sal en un recipiente cerámico dispuesto sobre el cuerpo del difunto o debajo de la cama, cuando el difunto se encontraba en la alcoba durante el velatorio; se hacía con la creencia, como dicta la tradición, de que la sal evitaba que el diablo, una de las representaciones simbólicas de lo negativo más comunes, entrase en el interior del cuerpo y, por consiguiente, impidiese que el mal prevaleciese sobre el bien en el último viaje. Existe, así mismo, una explicación más científica respecto al uso de la sal en este trance, debido a que el componente salino evitaba que, en ambientes calurosos, se hinchase el cuerpo y comenzaran a desprenderse desagradables vapores o fluidos corporales. 

El ritual consistía en colocar sobre el cuerpo del difunto, en el momento en que iba a ser velado, un recipiente con sal. Esto se hacía por un motivo, evitar que el espíritu regresara al cuerpo y ahuyentar de él las fuerzas del mal.[...]

Por último, los platos de sal merecen una mención especial. Se trata de platos de loza esmaltada similares a los empleados en cualquier casa castellana de siglos pasados. Sin embargo, no se emplearon para servir la comida sino para diversos rituales asociados al enterramiento.
Desde que se iniciaba la agonía hasta que el cuerpo quedaba sepultado, el acontecimiento se desarrollaba según un guión establecido que se compartía con todo el pueblo. «En Prádena y otros pueblos de la provincia, en particular en los de la Sierra, se conserva aun la costumbre de que vaya una mujer a casa del difunto a llorar y rezar hasta que sacan el cadáver para enterrarlo, y si el muerto es un niño de menos de siete años de edad, está cantando coplas alusivas a la alegría que produce que vaya un ángel al cielo». A esto le sigue el toque de las campañas a muerto, el saludo respetuoso de todos al paso del cortejo fúnebre, las manifestaciones públicas de dolor a los familiares especialmente al viudo, viuda e hijos, los oficios mortuorios por el alma del difunto, -con un número aproximado de cien misas- atender su sepulcro con pan, cera y vino… Al finalizar el entierro, «los Jueces de la cofradía acompañaban al sacerdote a su casa, y los asociados y familiares del difunto, vuelven a la casa del duelo a recibir la caridad, que consiste en un pedazo de pan y un trago de vino; a los enterradores se les da un pan de dos libras y una cuartilla de vino». 

 

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