Sacralización de lugares

[Wikipedia: Mircea Eliade] [YouTube: Mircea Eliade. Lo profano y lo sagrado. Audiolibro]

El campo segoviano, como el de cualquier otro lugar, se encuentra sacralizado por multitud de elementos perfectamente reconocibles; cruceros, ermitas o santuarios configuran el plano sagrado de un territorio a través no solo del propio edificio y sus elementos acompañantes (componente material), sino también a través de ciertos rituales y de ciertas leyendas (componente inmaterial) que otorgan al lugar un carácter privilegiado cuyo valor simbólico resulta innegable. [...]

Además de la importancia de las imágenes a las que se les pide por las cosechas y se les ofrece los frutos, el vino necesita de cierta "magia mística" para producirse, ha de permanecer tradicionalmente bajo tierra, cerrado, a oscuras y sin presencias extrañas. El proceso de fermentación y envejecimiento de los vinos es un proceso milagroso que, para el hombre tradicional, debe ser protegido y custodiado, tanto para propiciar una buena fermentación y que el vino no se avinagre, como para evitar que los gases de la misma produzcan alguna desgracia. La protección de las bodegas la podemos observar en dos vertientes, por un lado los ritos, gestos y oraciones que de modo individual se realizaban al entrar en las bodegas, y por otro los elementos protectores que se erigen en los barrios de bodegas tradicionales. Así en la comarca de la Ribera en frecuente encontrar barrios de bodegas con cruceros, que en origen incluso pueden ser testimonio de un fallecimiento o desgracia; con la presencia de la cruz quedan protegidas -Valdezate o Curiel de Duero en Burgos y Valladolid respectivamente-, o de construcciones como el Humilladero de San Pedro, Pesquera de Duero (Valladolid) o la sorprendente ermita de la Virgen de la Cueva de Hontangas (Burgos). [Ver en este sitio: Ermita de la Virgen de la Cueva de Hontangas (Burgos), la Covadonga de Castilla]

Dentro de la categoría de los paisajes culturales, los sagrados –también paisajes simbólicos o geografías sagradas–, son los que mejor reflejan la coherencia de la relación entre el espacio y los procesos históricos de ocupación y utilización del mismo. Tal y como se suelen definir, los paisajes culturales sagrados “se fundamentan en acontecimientos de carácter social, histórico, artístico, religioso o lúdico” para crear nuevos escenarios específicos, cargados de significado y sentido por sí mismos.

La investigación sobre los paisajes sagrados cuenta con una sólida y dilatada trayectoria, especialmente en el mundo anglosajón e iberoamericano, gracias a la cual se ha podido ir definiendo con precisión los elementos que dan cuerpo a unos lugares cargados de significados simbólicos, espacios generadores de prácticas rituales y de relatos legendarios donde la presencia hierofánica se manifiesta bajo múltiples representaciones. Como es sabido, los paisajes sagrados articulan el territorio de una manera muy específica al erigirse en espacios privilegiados originados en ciertos lugares naturales o natural places, ámbito específico en el que se asiste a constantes sacralizaciones y resacralizaciones a lo largo de la historia, permitiendo configurar lugares específicos cuyas marcas físicas suelen ser reconocibles por los actores rituales bajo unas coordenadas netamente definidas. 

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Apenas se ha escrito sobre el origen y la conformación del amplio espacio urbano que conocemos como Cruz Blanca. Su nombre, como en tantas otras ciudades, procede de la existencia de una Cruz Humilladero de piedra caliza –de color blanco o crema–, que se ubicaría en el lugar donde hoy se levanta la capilla-tribuna de la Virgen del Socorro. Esta cruz de piedra debió de desaparecer hace muchísimos años y de ella no tenemos referencias concretas hasta el momento. Es más, en algunos documentos antiguos cuando se habla de todo este ámbito urbano se delimita diciendo que iba desde la Puerta de Lucena, a la altura de la trasera del convento de la Trinidad, hasta la Plazuela de la Cruz Blanca; por tanto, la cruz debió estar situada en el punto más alto, donde arrancaban las calles Santa Clara y Lucena. Pero como decimos, de ello no se conserva documento alguno, ni gráfico ni escrito.

La geografía psicológica tiene como propósito descubrir los factores psíquicos que intervienen en la conformación de un paisaje. Esta modalidad de disciplina combinada se basa en la idea de que el alma tiene la capacidad de proyectar una naturaleza y, de manera recíproca, los elementos físicos constituyentes de un determinado lugar ponen de manifiesto la actividad “psico-espiritual” que la impulsa. Nuestra interna dimensión sagrada, desde esta perspectiva, es posible reconocerla en los paisajes que nos rodean mediante la proyección de una iconografía ideal, o bien reconociendo las huellas de lo sagrado en los paisajes con los que estamos familiarizados (Corbin, 2006: 42).  A este respecto, comentó Joseph Campbell que “la santificación del paisaje local es una función fundamental de la mitología…El paisaje, el espacio en que se vive, se convierte en un icono, un cuadro sagrado. Dondequiera que estés, estarás relacionado con el orden cósmico” (Campbell, 2015b: 129).

Varios monjes budistas protagonizaron la sacralización del monte Arropé con un rito que dura varias horas y que se desarrolló bajo una carpa ante la previsión de lluvia para esa mañana. El sol finalmente lució. Ricardo Cordero, patrono de la Fundación Lumbini Garden fue encargado de explicar los símbolos y el significado de esa ceremonia «del fuego», destinada a congratularse con el entorno en el que se pretende instalar el proyecto, mostrar respeto a los demás seres que lo habitan y «ahuyentar todos los obstáculos que puedan surgir en el futuro en la tramitación». Con la recitaciones de los monjes de fondo (destinadas a invitar a todo lo malo a marcharse) se prendió un fuego purificador que se fue alimentando con distintos elementos simbólicos: madera, hierbas aromáticas, aceites y mantequillas, semillas de ajónjoli y mostaza… con una estética muy rica heredada de la rama del budismo que creció en el siglo VI, en la época imperial china. [YouTube: Proyecto budista en el Monte Arropé de Cáceres - YouTube: 3D Lumbini Garden Project Cáceres]

A finales del siglo VI a. C., en el archipiélago gaditano se erigió un monumento funerario con claras evidencias del alto status social del individuo enterrado. El monumento se convirtió en el punto de partida de la sacralización de un lugar conocido popularmente como «Entre Catedrales», donde siempre ha prevalecido su carácter religioso, plasmado en diferentes manifestaciones arquitectónicas que se adaptan a las necesidades de culto y organizativas de la religión vigente en cada período histórico. Este artículo presenta las transformaciones cultuales de este lugar durante el período de incorporación de Gadir en la órbita romana, reflejo del peculiar proceso de romanización que sufrió la antigua ciudad gadirita. El nuevo elemento ritual elegido fue el agua, por lo que se levantó en el siglo II a. C. un complejo ricamente ornamentado, con una fuente, una pileta lustral y seis cisternas. El espacio elegido fue una zona abierta empleada durante el período de ocupación púnico para realizar diferentes tipos de rituales como banquetes, ofrendas aromáticas, etc.

La interpretación del arte rupestre plantea el problema de la sacralization de lugares, los frisos pintados y las imágenes aisladas, problema que se complica mucho más en el caso de arte postpaleolítico al aire libre debido a la comarcalización. En este artículo presentamos como ejemplo el caso de las pinturas rupestres del Parque Cultural del río Martín que incluyen: la sacralización de los cañones de Albalate, con abrigos pintados a la entrada, en el medio y a la salida de las gargantas; las figuras dispuestas en torno a una serpiente sexuada a la que dirigen sus miradas las figuras colocadas en los extremos; las fuentes asociadas a las pinturas de Cañada de Marco; el ciervo en un árbol del que nacen pequeñas figuras humanas en la Higuera, Alcaine; o la falta de escenas de caza en el conjunto de los arqueros de El Mortero, Alacón. En síntesis, mostramos el peligro de establecer normas generales para la explicación de todo el arte rupestre al áire libre.

El presente trabajo forma parte de una investigación más amplia que abarca el noreste de la entidad de Morelos; región donde actualmente la imagen de Cristo adquiere un papel central en los rituales que se efectúan en cerros, barrancas y manantiales, considerados lugares sagrados y que en este sentido integran el paisaje ritual de los municipios de Totolapan y Atlatlahucan. El objetivo es presentar, desde una perspectiva antropológica y comparativa, enmarcada en un proceso histórico de larga duración, la ceremonia religiosa realizada en torno a la imagen de Cristo Aparecido en las dos cabeceras municipales, con el fin de entender la configuración del paisaje ritual por medio de las representaciones religiosas que se realizan en tres fechas representativas: el tres de mayo, el día de la Ascensión del Señor y en Pentecostés. A través de un método etnográfico e histórico se reconstruye el proceso de reinterpretación de la imagen del crucificado y su relación con el paisaje; espacio reconfigurado a partir de los elementos ancestrales que sustentan las manifestaciones religiosas de las comunidades, siendo dichos elementos reinterpretados en el ámbito de la religión católica.

Desde la década de 1980 se presentó en México un creciente interés por los estudios de los sistemas religiosos étnicos vinculados al culto y manejo de la naturaleza, mediante el concepto de paisaje. Sin embargo, en términos generales no hubo necesariamente una problematización del porqué recurrir precisamente a esa noción geográfica para este tipo de análisis antropológico, histórico, etnográfico y arqueológico. De tal suerte que el término se utilizó con distintas acepciones e incluso como sinónimo de naturaleza, ambiente o ecosistema. El presente artículo pretende una aproximación conceptual al paisaje en su connotación ritual, tratando de problematizar su pertinencia analítica. Para ejemplificar lo expuesto, se aborda el caso de los teenek, en la región de la Huasteca potosina, México.

En este trabajo me interesa explorar una de las formas en que los habitantes de la ciudad de
México se apropian del espacio público urbano, a partir de la sacralización de lugares específicos
en la vía pública. Dicha apropiación se hace visible con la instalación de altares, cruces para sus muertos y nichos para vírgenes y santos. Estos elementos de la religiosidad popular se conforman no sólo en parte del paisaje urbano, sino que tienen una función cotidiana –articulada a la protección, a la construcción de memoria y al manejo de los espacios liminales– en una ciudad aparentemente caótica, en donde los espacios públicos se consideran “en extinción”. Son elementos que buscan poblar con rostros y nombres propios el espacio del anonimato urbano, generando lugares de sentido y de memoria para los pobladores locales. De esta manera, el espacio público se constituye en una suerte de escenario en donde lo más personal de los sujetos y los grupos se hace visible.

[...]  La definición de sacralidad para un sitio puede deberse a actos espontáneos o planeados, pero siempre tienen como fundamento elementos del imaginario colectivo que se materializan en una disposición particular del espacio, en la selección de elementos físicos que distinguen el sitio y la ordenación de ese espacio, de modo que pueda guardar el mensaje de representación de lo sagrado en plazos que pueden trasponer los límites temporales de una generación.

Esta investigación trata de elaborar un marco teórico y una perspectiva metodológica sobre la influencia del ritual en la construcción del entorno. No se pretende abordar una teoría o una historia sobre el espacio ritual, sino aportar un conjunto de herramientas teóricas y metodológicas útiles para futuras investigaciones sobre distintos aspectos del espacio ritual. Para la elaboración del marco teórico se revisan los más importante estudios antropológicos, sociológicos, biológicos, arqueológicos o cognitivos sobre el ritual, destacando aquellos aspectos que influyen en la construcción del entorno. 

En su condición de recinto conmemorativo, el cementerio encierra un enorme potencial espacial y evocativo que prevalece sobre cualquier otra cuestión utilitaria. En este sentido, ha devenido en laboratorio donde llevar a cabo algunos de los experimentos modernos más relevantes de la disciplina, reafirmándose en su pertenencia a esa pequeña porción de la arquitectura asimilable al arte, en términos loosianos. Esta tesis parte del deseo de averiguar qué rasgos permiten, en una sociedad progresivamente secularizada como la nuestra, atribuir un significado sagrado a un territorio concreto; cómo el hombre contemporáneo transforma un lugar para hacerlo receptor de contenidos conmemorativos y trascendentes, y cómo éste manipula el paisaje para albergar el ritual funerario.

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