Elementos y rituales apotropaicos o de protección en Castilla y León

Efecto apotropaico es un término antropológico para describir un fenómeno cultural que se expresa como mecanismo de defensa mágico o sobrenatural evidenciado en determinados actos, rituales, objetos o frases formularias, consistente en alejar el mal o protegerse de él, de los malos espíritus o de una acción mágica maligna en particular, purificándose (catarsis) con este rito u objeto ritual.
Noelia Silva Santa Cruz, en su estudio sobre el grifo, le considera un eficaz animal apotropaico, porque aparece como protector de las puertas de los templos y de los palacios.[...]
Si lo consideramos como símbolo del demonio, su presencia en las gárgolas, fuera del templo, nos da a entender que el mal no tiene cabida en el interior de este, mas si le damos un sentido positivo sería su guardián y protector. 
Con el título de  “La roseta y la cruz. Símbolos protectores en los hogares del medio rural burgalés” y publicado a todo color por la Diputación de Burgos, el precioso  diseño del libro se lo debo a mi sobrina Sara Rubio Angulo, a quien desde aquí he de pedir perdón por mis constantes interrupciones y cambios en el proceso, que no se debían a otra cosa que a los incesantes descubrimientos que iban produciéndose aquí y allá. [Libro de Elías Rubio Marcos de venta en las librerías de Burgos, 15€] 
 
La roseta y la cruz

O quizá fuera un «ídolo apotropaico», como sugiere el antropólogo y escritor vallisoletano Luis Díaz Viana, prestigioso investigador de la cultura popular. «Muchas de las figuras de estos capiteles tenían un uso y finalidad como figuras o "ídolos apotropaicos", es decir, para espantar el mal y los espíritus», explica.

«La enigmática frase sobre las supersticiones, si se aplica en concreto a esta figura, podría ir por ahí», añade Díaz Viana.

El toque de tentenublo es el repique de campanas que tradicionalmente se hacía con la intención de alejar las tormentas de granizo. Era sobre todo característico de las regiones españolas de Castilla y León, Castilla-La Mancha y parte de Aragón.​ El toque iba acompañado de rezos a Santa Bárbara y letanías tales como «Si lluvia traes ven para acá, si piedra, vete para allá». En la actualidad el número de parroquias que hacen el toque ha disminuido mucho.

La noche del treinta y uno de enero al primero de febrero, de este año, en algunos pueblos han vuelto a subirse al campanario para, en un rito apotropaico ancestral, proteger los campos y las cosechas con el sonido de las campanas.
Todas estas prácticas suelen contar con unos espacios privilegiados para su desarrollo y para que sean efectivos; en su mayor parte, eran los campanarios los ámbitos sagrados donde el reñubeiro, el tentenublo o el conjurador lleva a cabo su ritual protector. No obstante, hay otros lugares donde también se podían efectuar dichos rituales. Son los denominados conjuraderos, lugares situados comúnmente en alto desde los que se tratan de conculcar las tormentas.
El rito del conjuro se utilizaba en el siglo XVI para amainar las tormentas que destrozaban las cosechas y dejó de celebrarse en 1886, aunque se retomó 120 años después, en 2006.Una gran tormenta de pedrisco simulada amenazaba la destrucción de la cosecha de la localidad vallisoletana de Cuenca de Campos la pasada noche del miércoles, día 13. Por ello, se representó el conjuro contra las tormentas, en la torre del Conjuradero, tal y como se hacía en el municipio hace más de 100 años cada vez que el cielo amenazaba con nublados.
En una región inminentemente agrícola como la nuestra, con la cosecha de cereal ya encarrilada, se temía mucho a los nublados del verano, por el daño que podían hacer en las espigas. El destrozo de la cosecha por una tormenta repentina significaba época de penurias, calamidades y hambre.[...] De ahí que para evitar la catástrofe, los pueblos agricultores recurriesen a todos los métodos posibles conjugando hábilmente religión y paganismo.
Al igual que contra las sequías, contra los nublados nada podía hacerse, como no fuera recurrir a rudimentos naturales y arcaicos, que por lo general más tenían que ver con la magia que con la ciencia (toque de campanas, platos de sal, hachas de punta, arrojamiento de piedras, etc.), o invocar la protección del Cielo y de todos los santos que en él viven. Siendo esto último lo más recurrido, la Iglesia, o mejor, los sacerdotes de cada pueblo vinieron a desempeñar hasta tiempo reciente un papel de suma relevancia en semejantes trances. Y así, Santa Bárbara, designada por la jerarquía eclesiástica protectora oficial contra las tormentas, se convirtió en la santidad más invocada por las gentes del campo.

Si bien en dicha jerarquía no fueron muy bien vistos los conjuros o exorcismos contra los nublados, efectuados por los párrocos de los pueblos en presencia del vecindario, llegaron a ser una práctica muy extendida en todo el territorio de Castilla y León, y nos atreveríamos decir que de toda España, como puede deducirse por la existencia de conjuraderos en regiones como Murcia, Aragón, Cataluña o La Rioja. [Se indica que el texto procede de Creencias y supersticiones populares de la provincia de Burgos]

Estas protecciones incluían los toques de campana y los conjuros a “tente nube”, así como los rezos a Santa Bárbara u otros santos protectores. No faltaba tampoco la costumbre de emplear dentro de las casas objetos benditos como las velas de Jueves Santo o colocar a la puerta de la vivienda instrumentos a los que se les atribuía un poder especial como las hachas o las palas de cocer el pan. Junto a ellos también se estimaba en gran medida el poder de las piedras para alejar a las nubes, y por ello en algunos hogares o dentro de las cuadras empleaban un amuleto de singular poder como era la piedra del rayo o bien lanzaban nueve o doce piedras hacia lo alto cuando sonaban los primeros truenos, piedras que habían sido recogidas en fechas especiales del año.
Frente a la teoría más aceptada en torno al sentido catequético y doctrinal que estas imágenes albergan como condena del apetito desordenado de los placeres sexuales, José Luis Hernando Garrido, profesor de la UNED de Zamora, considera su posible valor apotropaico, es decir, que fueron esculpidas en capiteles, aleros y pilas bautismales como un rito de carácter mágico que alejaría el mal de los lugares donde fueron colocadas como trampas contra el demonio.


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