La leyenda del Papamoscas de la Catedral de Burgos

Burgos - Catedral 162 - Papamoscas.jpg
De Zarateman - Trabajo propio, CC0, Enlace Wikimedia

El Papamoscas es un autómata de la catedral de Burgos que todas las horas en punto abre la boca al tiempo que mueve su brazo derecho para accionar el badajo de una campana.

El Papamoscas está situado en lo alto de la nave mayor, en el ventanal sobre el triforio a unos 15 metros de altura, en el primer tramo de los pies de la basílica. Se trata de una figura de medio cuerpo que se asoma sobre la esfera de un reloj. Viste al estilo cortesano con una casaca encarnada con cinturón y con los cuellos, bocamangas y hombreras de color verde. Los rasgos de su rostro son mefistofélicos y muestra una partitura en su mano derecha. Con esta misma mano empuña la cadena del badajo de una campana. Cada hora en punto se acciona un mecanismo que mueve el brazo que provoca los campanazos. La mejor hora para ver en marcha al autómata es, lógicamente, las doce del mediodía, cuando da doce golpes y abre y cierra doce veces la boca.

Este autómata toma el nombre del pájaro papamoscas cerrojillo (Ficedula hypoleuca) el cual mantiene la boca abierta para atrapar moscas esperando que estas entren en ella. ​ Está documentada la presencia de relojes en la catedral desde la época medieval. La imagen actual data del siglo XVIII, cuando se sustituyó al viejo autómata del siglo XVI.

Enrique III de Castilla, llamado «el Doliente» (Burgos, 4 de octubre de 1379-Toledo, 25 de diciembre de 1406), hijo de Juan I y de Leonor de Aragón, fue rey de Castilla entre 1390 y 1406. Le sucedió a su muerte su hijo, Juan II.

Una de esas historias que mezclan realidad y fantasía es la que hace referencia al denominado «Papamoscas» de la Catedral de Burgos, un edificio que esconde en sus paredes miles de leyendas como la que habla de este emblema de la seo burgalesa.

Cuenta la leyenda que la legendaria Catedral de Burgos recibía todos los días una visita real que vestía de incógnito, se trataba del rey Enrique III el Doliente, que era un fiel cristiano que acudía todos los días a rezar. Un día, el joven rey se encontraba rezando, cuando al levantar su mirada, vio a una hermosa dama que se había arrodillado frente a la tumba de Fernán González(*). De vez en cuando el joven la miraba.

La leyenda que le precede es inquietante y ha causado fascinación a lo largo de los siglos: se dice que fue un encargo de Enrique III “El Doliente”, apodado así por la salud tan frágil que tenía, el cual acostumbraba a rezar devotamente en la catedral de Burgos; un día su rutina fue distraída por la belleza de una joven mujer silenciosa que rezó ante la tumba de Fernán González(*). Su impresión fue tal en el rey que la siguió cada día hasta una vieja casona en la que ella se guarecía, hasta convertirse ello en su hábito diario, sin jamás dirigirla palabra alguna dado su carácter tímido. Un día la joven dejo caer un pañuelo que fue recogido y devuelto por el rey de manera automática, sin ningún tipo de gesto por ambas partes. Cuentan que tras devolverle el pañuelo la joven se metió en la casona emitiendo un terrible lamento que quedo registrada por siempre en la mente del rey.

En su libro Memorias de una burgalesa, María Cruz Ebro recoge que la fantasía popular atribuía la construcción del Papamoscas al diablo. El periodista, escritor y editor granadino Francisco de Paula Mellado también anota un origen similar en su obra Recuerdos de un viaje por España. En el capítulo que dedica la visita al templo burgalés, De Paula Mellado señala que tanto el Papamoscas como su acompañante, el simpar Martinillos, habían tenido movimiento y voz y llamado poderosamente la atención a propios y extraños durante mucho tiempo, toda vez que los gestos que ambos hacían al dar las horas eran un tanto extraños, motivo por el cual el Cabildo había resuelto ‘inmovilizarlos’ más allá de los gestos mínimos de brazos y boca. Según consta en un documento que se conserva el Archivo Catedralicio, fechado en 1837, el canónigo Rafael de Pereda y Vivanco propuso al Cabildo que «para evitar profanaciones e irreverencias, convendría dictar algunas providencias sobre el Papamoscas dando facultades al fabriquero para que actúe y haga suspender, por ahora, los gestos del Papamoscas».
El Rey Enrique III el Doliente acudía a la catedral a rezar de incógnito, prácticamente todos los días, ya que su devoción cristiana y su fidelidad a la seo formaban parte de su vocación como monarca. Un día que se encontraba en su habitual rezo descubrió el bello rostro de una dama que estaba arrodillada en oración frente a la famosa tumba de Fernán González(*). El rey, subyugado por la belleza de la dama con la que intercambió furtivas miradas, decidió seguirla, manteniéndose en el anonimato para descubrir quién era y donde vivía.

La leyenda más popular sobre su origen recae en el rey Enrique III, apodado el Doliente, que acudía diariamente al templo para rezar. En una de estas visitas vio a una joven de la que quedó prendado, llegando incluso a seguirla durante días hasta su casa. En uno de esos encuentros, ella dejó caer su pañuelo al paso del rey, y el monarca lo recogió y entregó el suyo a cambio. Sin embargo, el Doliente no se atrevió a dirigirle ni una palabra a la joven, y esta, antes de irse, lanzó un desgarrador lamento que conmocionó al rey.

Desde ese día no volvió a saber de ella, y preocupado decidió buscarla por cada rincón del templo, hasta que optó por acercarse hasta su casa. Una vez allí se topó con un vecino que le explicó que allí no vivía nadie, puesto que la familia dueña de la casa había fallecido años atrás, víctima de la peste.

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(*) En realidad, el sepulcro de Fernán González se encontraba en esa época en el monasterio de San Pedro de Arlanza y actualmente en la colegiata de Covarrubias.

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