Alonso de Salazar y Frías, el inquisidor burgalés que frenó la caza de brujas

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De Oscar Montañés, CC BY-SA 4.0, Enlace Wikimedia

Alonso de Salazar y Frías (Burgos, 1564 - ? ,1636) fue un sacerdote e inquisidor español licenciado en derecho canónico, cuya fama se debió principalmente a su participación en el tribunal de la Inquisición española de Logroño que juzgó el caso de las brujas de Zugarramurdi en 1610. En la discusión de la sentencia y sobre todo en la posterior revisión del caso ordenada por el Consejo de la Suprema Inquisición destacó por su oposición a dar credibilidad a las teorías sobre brujería. Su exhaustivo memorial enviado a la Suprema constituyó la base para que la jurisprudencia inquisitorial española fuera escéptica sobre la realidad de la brujería y que fuera muy reticente a aceptar las denuncias por ese tema.

[...]España no participó en la enorme matanza de mujeres (entre 40.000 y 60.000 personas) que se produjo en el Centro de Europa entre los siglos XV, XVI y XVII. La inquisición española consideraba la brujería un mal menor en el que incurrían mujeres de baja extracción y ningún tipo de influencia social o religiosa: no había razón para encausar a gente supersticiosa e ignorante.[...]

El inquisidor burgalés Alonso de Salazar y Frías, incorporado al tribunal cuando ya se habían celebrado la mayoría de interrogatorios, votó en contra de la condena a la hoguera de una de las acusadas por falta de pruebas y, tras la celebración del auto de fe, dudó también de la culpabilidad del resto. «Alonso de Salazar y Frías empezó a desconfiar por primera vez de lo que las brujas decían sobre sí mismas. Empezó a considerar que todo aquello se había producido por una neurosis colectiva que había que erradicar», apunta García Cárcel.

Cuando Salazar llegó, el proceso ya estaba en marcha y sus dos compañeros y antecesores tenían la sentencia dictada. Él discrepó de sus métodos y votó en contra de una sentencia de muerte, la de María Arburu, a la que logró salvar, pero no pudo o no se atrevió a hacer más y firmó junto a ellos. El burgalés se arrepentiría de por vida de haberlo hecho. En el Auto de Fe de 1611, seis murieron en la hoguera, cinco se salvaron de la pena máxima al serlo solo en efigie y 19 alcanzaron el perdón y fueron reconciliados. Las dudas tras ello se agrandaron aún más en el ánimo de Alonso, cada vez más convencido de haber cometido una terrible injusticia.

La ensayista Adela Muñoz Páez repasa la historia de las cazas de brujas y desmonta con ello varios tópicos a la vez que eleva a la categoría de héroe al burgalés Alonso Salazar y Frías, que salvó la vida a miles de acusados por brujería.

Alfonso de Salazar regresó de su periplo con mil ochocientas dos confesiones y una certeza: «No hubo brujos ni brujas hasta que se habló de ello». Más de mil de estos supuestos «brujos» tenían menos de ocho años y no halló prueba de la existencia de poderes sobrenaturales algunos. Ni de que volaran por el aire, ni de que mataran con tan solo una mirada, ni que pudieran colarse por el ojo de una cerradura o convertirse en cualquier animal a su antojo. Así que escribió con aguda ironía que, capaces de tales hazañas, “si las brujas existieran la ley debería reclutarlas para el Rey en lugar de perseguirlas”, pues con tales poderes sería invencible.

Alonso de Salazar y Frías era burgalés y nace en el seno de una familia de comerciantes y abogados. Lleva muchos años al servicio de Sandoval y goza de una muy merecida reputación de abogado brillante y honrado (rara conjunción). En aproximadamente un año consiguió desactivar aquel proceso exponencial de delaciones y acusaciones delirantes en cadena. Digamos que es un escéptico racionalista. "No hubo brujos ni embrujados hasta que no se empezó a tratar y escribir de ellos", dejó escrito. Recorrió el territorio aldea por aldea, ofreció perdón y comprensión, pero exigió respeto a las vidas y las haciendas ajenas. Iba solo la mayor parte de las veces.

Las conclusiones a las que llegó Salazar fue que los fenómenos de brujería investigados eran historias inverosímiles y ridículas y «todo lo que la relación de Logroño da como cierto, cayó como embuste y patraña» ante el método experimental de Alonso de Salazar.

Los casos se presentaron con una abundancia abrumadora» (y «no sale dello cosa comprovada», según Salazar).

Desde el 22 de mayo de 1611, Salazar y sus ayudantes comenzaron una intensa investigación que duró cerca de ocho meses, por los pueblos de la cuenca del río Ezcurra, los del valle del Baztán, las Cinco Villas y otros situados en el norte de Navarra. Su método deductivo empírico estaba basado en el análisis de las causas y mecanismos de las psicosis, frente al método inductivo de Valle Alvarado y Becerra. Esa fue una de sus grandes aportaciones.

Interrogó a más de 1.800 personas que se contradecían unos a otros, supuestamente a brujos y brujas confesas y arrepentidas, y de los cuales 1.384 eran niños, de entre nueve y catorce. Toda su análisis quedó plasmada en un grueso volumen de más de 5.000 folios. Además, investigó las informaciones sobre los vuelos nocturnos, aquelarres, relaciones sexuales con el diablo, etc. Demostró la falsedad de muchas de las declaraciones de los propios imputados y falsos prodigios atribuidos a la hechicería como los brebajes inocuos o los vuelos inventados. Comprobó que varias jóvenes que dijeron haber mantenido relaciones sexuales en los aquelarres con el diablo y otros brujos resultaron ser vírgenes tras el análisis de los médicos. Descubrió que magias, pociones o conjuros no tenían más poder que el juguete de madera de cualquier niño, que se trataban de muñecas de trapo y no brujas voladoras.


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