Los judíos en la España medieval

Juderías de la península ibérica
Sinagogas hispanas
Cuando los visigodos se establecieron definitivamente en Hispania, las principales comunidades hebreas se localizaban en Tarragona, Tortosa, Sagunto, Elche, Córdoba y Mérida. La comunidad judía de Toledo iría cobrando importancia y aumentando su tamaño una vez que esta ciudad se convirtió en capital del reino visigodo a mediados del siglo VI.
Ignacio Olagüe sostiene, que los judíos, junto con los arrianos que quedaron en España tras la conversión, representados por el Conde de Ceuta Don Julián, solicitaron ayuda  de los musulmanes para defenderse de la monarquía visigoda, dando acceso a la peninsula a Tarik y unos quinientos jinetes, que por pura casualidad alcanzaron una pequeña victoria junto al río Guadalete, en donde la suerte les acompañó al morir en la batalla el rey Don Rodrigo.
Si de algo puede presumir España es sin duda de siglos de historia que han quedado escritos para siempre no solo en las páginas de los libros sino también en los edificios, arcos y plazuelas que dan un testimonio vivo de la convivencia de judíos, mudéjares y cristianos.
[...] En Castilla y León, las comunidades hebreas tuvieron una presencia destacada en numerosos núcleos, especialmente en las ciudades de Segovia, Ávila y León, aunque la presencia de juderías y otros vestigios de la cultura sefardí salpica muchos núcleos de la región.
El siglo XIV fue sombrío y desdichado en toda Europa; terribles epidemias, hambres, guerras y crisis económicas asolaron nuestro continente. Como siempre que van mal las cosas, la gente busca culpables; los judíos hicieron el papel de chivo expiatorio. En España, a una secular convivencia (nunca fácil, siempre acompañada de fricciones) siguió una etapa de franca persecución que culminó en 1391, año en que gran parte de las juderías de Castilla y Aragón fueron asaltadas y asesinados no pocos de sus moradores. Muchos se bautizaron entonces para escapar a la muerte; siempre hubo conversos, por interés o por convicción, pero a partir de este momento Su número creció en proporciones vertiginosas. Paralelamente aumentaban las medidas discriminatorias y vejatorias contra los judíos, la reclusión en barrios especiales, el porte obligatorio de vestiduras groseras y distintivos especiales, la prohibición de practicar ciertas profesiones.
 
El resultado fue, a todo lo largo del siglo XV, un trasvase acelerado desde las juderías a la nueva clase social de los judeoconversos. A medida que se empobrecían las primeras aumentaba el número e influencia de los segundos. Unos ocupaban altos cargos eclesiásticos, otros desempeñaban puestos dirigentes en los municipios, se enriquecían en actividades mercantiles o practicaban las profesiones que estaban vedadas a sus antiguos correligionarios. Muchos de ellos seguían siendo ocultamente judíos, otros cayeron en la indiferencia religiosa y el escepticismo; no pocos se hicieron cristianos sinceros e incluso fanáticos, como Jerónimo de Santa Fe, que se dedicó a polemizar con acritud contra los judíos. Para la masa cristiana, sin embargo, todos eran indeseables, porque la antipatía que despertaban no era sólo de naturaleza religiosa: se desconfiaba de su cristiandad y a la vez se envidiaba la posición social que habían alcanzado. [...]


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